En la oscuridad se mueven como ninguna otra bestia. Silenciosas. Si acaso, un pequeño chasquido; como si apenas rozasen el suelo.
Tú, en la oscuridad completa de la noche, dentro de tu tienda de campaña, estás seguro de haberlas oído. Abres con cuidado la cremallera. Es posible que ella no supiese que tú estás ahí dentro y el ‘ris’ del movimiento de la cremallera te fuese a delatar. La apertura te da lo suficiente para mirar con un único ojo y ver la oscuridad. Más densa que nunca: un agujero negro de chocolate.
Cierras, te vuelves a poner cómodo y al poco, otro chasquido.
Cuesta entender que una criatura tan grande pueda hacer tan poco ruido.
Lo intentas con respiraciones profundas pero no funciona, tu corazón late con mayor frecuencia e intensidad que los chasquidos que retumban dentro de la tienda. Caes, pasadas unas horas, de puro agotamiento.
Al día siguiente te despiertas, todavía estás vivo pero sigues sin comprender como las bellotas hacen tanto ruido al caer de la encina.